Leyendo el post de Farala, me ha venido a la memoria un día de colegio de esos que no se olvidan. Estábamos en clase de Geografía, con uno de los profesores más estrictos y aterradores del elenco que se se manejaba por aquel centro religioso. Clara era repetidora, iba siempre hecha un desastre, con el uniforme costroso, las manos “escritas” a modo de agenda ecológica, con el teléfono del último chico que se había convertido en su novio de dos semanas, un recordatorio de comprar el SuperPop o la hora a la que había que estar en no sé donde para no sé qué, y siempre me preguntaba,
-jirafa, ¿yo por que tengo esta hora apuntada aquí?,- y yo la miraba perpleja diciendo,
-¿y a mí que me cuentas? Tú sabrás, tía.
Clara era un trasto, carne de pasillo, sus expulsiones de clase eran del todo habituales, rebelde, contestona y muy atrevida. Qué duda cabe que también era divertida y muy ocurrente.
Aquella tarde estaba muy callada. El colegio no tenía comedor y después de comer cada uno en su casa regresábamos para finalizar el día con dos horas más de clase. En medio de la de Geografía pidió ir a los aseos, decía que no se encontraba bien. Osar pedir ir al baño en medio de una clase de don Atilano era como solicitar tortura, escarnio y paso previo de subida al cadalso. Aún así Clara lo hizo. Evidentemente no se encontraba muy "católica" y don Atilano debió notarlo pues la dejó salir sin poner un pero. Pasaba el tiempo y Clara no regresaba. Ante la incertidumbre de lo que pudiera estar sucediendo el profesor, estricto y recto pero muy persona, se preocupó y dijo,
-Gerúndiez, vaya a interesarse por su compañera de fatigas, y regresen las dos antes de que acabe el trimestre.
Salí a toda castaña a buscar a Clara, y la hallé en los aseos, tirada en el suelo, agarrada a la taza del WC, totalmente descompuesta, blanca como los folios de sus exámenes. Me asusté y le pregunté,
-Clara, tía, ¿que te pasa? Don Atilano me ha mandado venir a buscarte, ¡llevas más de 20 minutos perdida!
-Jirafa, tía, me encuentro fatal, he vomitado como cuatro veces, ¡me quiero morir!
-Pero ¿qué tienes? ¿Te ha sentado algo mal?
Y me dijo,
-Mi tío vino ayer de Gibraltar con un montón de cosas buenísimas y creo que me he pasado comiendo.
-Pero ¿se puede saber qué has comido?
-De todo, no podía parar y me he comido una caja de galletas de mantequilla, medio queso de bola, un paquete de caramelos de regaliz y nueve mandarinas.
Más que por las cantidades ingeridas, aluciné con la mezcla de sabores y la presencia de las nueve mandarinas.
Pero Clara era así, todo un especimen totalmente incatalogable.
Clara era un trasto, carne de pasillo, sus expulsiones de clase eran del todo habituales, rebelde, contestona y muy atrevida. Qué duda cabe que también era divertida y muy ocurrente.
Aquella tarde estaba muy callada. El colegio no tenía comedor y después de comer cada uno en su casa regresábamos para finalizar el día con dos horas más de clase. En medio de la de Geografía pidió ir a los aseos, decía que no se encontraba bien. Osar pedir ir al baño en medio de una clase de don Atilano era como solicitar tortura, escarnio y paso previo de subida al cadalso. Aún así Clara lo hizo. Evidentemente no se encontraba muy "católica" y don Atilano debió notarlo pues la dejó salir sin poner un pero. Pasaba el tiempo y Clara no regresaba. Ante la incertidumbre de lo que pudiera estar sucediendo el profesor, estricto y recto pero muy persona, se preocupó y dijo,
-Gerúndiez, vaya a interesarse por su compañera de fatigas, y regresen las dos antes de que acabe el trimestre.
Salí a toda castaña a buscar a Clara, y la hallé en los aseos, tirada en el suelo, agarrada a la taza del WC, totalmente descompuesta, blanca como los folios de sus exámenes. Me asusté y le pregunté,
-Clara, tía, ¿que te pasa? Don Atilano me ha mandado venir a buscarte, ¡llevas más de 20 minutos perdida!
-Jirafa, tía, me encuentro fatal, he vomitado como cuatro veces, ¡me quiero morir!
-Pero ¿qué tienes? ¿Te ha sentado algo mal?
Y me dijo,
-Mi tío vino ayer de Gibraltar con un montón de cosas buenísimas y creo que me he pasado comiendo.
-Pero ¿se puede saber qué has comido?
-De todo, no podía parar y me he comido una caja de galletas de mantequilla, medio queso de bola, un paquete de caramelos de regaliz y nueve mandarinas.
Más que por las cantidades ingeridas, aluciné con la mezcla de sabores y la presencia de las nueve mandarinas.
Pero Clara era así, todo un especimen totalmente incatalogable.
No te preguntas qué habrá sido de ella?
ResponderEliminarA veces me gustaría reconocer a algunas de mis compañeras de cole...
Clara se comió todas las mandarinas que yo odiaba y que escondía para no tener que comerlas.
ResponderEliminarAy pobre!! Vaya, ingesta compulsiva. ¿ Estaba peor de lo que parecía? :(
ResponderEliminarMe has dejado preocupada por Clara... ¿sufría tanto como parece en tu relato?
ResponderEliminarTu Clara y la Clara de Heidi no se parecen mucho ¿no?
ResponderEliminarvaya con Clara, Gerúndiez!!
EliminarPues, qué quieres que te diga, me encanta tu Clara.
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