viernes, 22 de junio de 2012

Momenteando de manera diferente





Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo había dos gigantes, Finn en Irlanda y Bennandoner en Escocia, que se lanzaban enormes rocas el uno al otro desde sus respectivas islas. Y es que no había otra manera de entretenerse, pues, total...venga!, vamos a tirarnos piedras. Así de tantas que se tiraron (menudo aburrimiento llevaban los probes") se formó un camino que unía las dos tierras. Bernardo (versión cañí del nombre del escocés), decidido y aventurero el mozo, decidió cruzarlo para acabar con su rival, (el fin de Finn, jeje) porque el jueguecito le aburría un poco, pero no contaba con que Finn tenía una mujer listísima que estaba hasta el pirri de las pedrolos que su marido y el otro se venían tirando, entre otras cosas porque le tenían el jardín lleno de "socabrones". Cuando se enteró de que venía Bernando se dijo a sí misma mismamente que eso era un mal rollito y cogió y disfrazó a su marido con ropas de bebé. Le puso una ranita ideal de piqué, en celestito, capotita en la cabeza y un chupete de silicona, todo antes de que el gigante escocés llegara. Éste, cuando arrivó a la casa, al ver el tamaño del bebé y con la cogorza de wisky que traía de la última visita a las destilerías de los Highlands imaginó que el padre sería un trolebus indonesio así que se arremangó el kilt y se volvió corriendo a su isla, aplastando en su huida las rocas y formando la conocida como Calzada del Gigante.

miércoles, 6 de junio de 2012

Siguiendo el instinto

El grito fue desgarrador y me trajo al estado de vigilia desde un profundo sueño. A toda prisa bajé las escaleras y allí la vi, 19 años de futura cirujana subida en una silla, mordiéndose las manos y con el pánico en los ojos.

-Qué pasa? qué pasa?- pregunté aún sobrecogida

-Mátala, mátala!!!- me gritaba fuera de sí.

Cuando comprobé que el objetivo que debía sufrir la furia de mi instinto justiciero era una pobre araña que permanecía inmóvil sobre la alfombra, casi reoriento el punto de mira y ajusticio a la vociferante arpía.

-Por favor, ¿me sacas de la cama en plena noche a grito pelao por una araña?

-No las puedo resistir, me dan pánico y mira qué tamaño!!!.

En efecto, estaba criadita la moza, pero depilada y muy aseá. No era para aullar de esa manera.

-Sugiero que si vuelve a ocurrir, en vez de subirte a la silla, la utilices de escudo protector, emules a Angel Cristo y me dejes dormir, alter ego de Lara Croft.

Por supuesto hizo caso omiso del derroche de ironía y sarcasmo y se limito a agradecer mi esfuerzo y a besar el suelo por donde pisaba. (falso, pero...)

Liquidado el asunto y omitiendo los detalles del deceso, diré que días después un nuevo alarido me puso el corazón a la altura de los pendientes.

-UAAAAAAAGH! me va picar, me va a picarrr!!! socorro!!!


El zumbido de una avispa se dejaba sentir por la habitación. Lo noté nada más llegar al lugar donde estudiaba esta burda imitadora de sirenas de ambulancia. Ante el nuevo episodio de histeria y terror, conservé la calma y rellené de paciencia y filosofía Zen el total de mis capacidades de autocontrol. Fui a por el spray insecticida y di muerte al pobre himenóptero apócrito para descanso de la incontrolada adolescente.

-Es que soy alérgica y si me pica me puedo morir!!!que no es broma, de verdad te lo digo!!


Mi memoria e instinto protector debió archivar esa declaración de peligro de muerte inminente por que,días después, sentí que me llegaba el sonido del zumbar de una nueva avispa o abejorro, y de tamaño considerable por la intensidad con la que sonaba. Me puse en alerta de inmediato y  sin pensarlo dos veces me armé con el exterminador gasesoso y me dispuse a localizar el lugar exacto del cual dicho zumbido letal procedía. El animal debía ser grande por que se oía con mucha claridad y a elevado volumen. Me acerqué a su habitación pero ni rastro de ella ni del insecto asesino. Avancé por el pasillo, el sonido se intensificaba conforme me acercaba a las inmediaciones del cuarto de baño. La puerta estaba cerrada. Pegué el oido y pude comprobar que sin duda estaba allí, pero no estaba solo, un ligero gemido a modo de grito sordo, ahogado, una respiración profunda, como un lento resoplar, me indicó que ella también estaba. Si no gritaba como era habitual es que algo terrible estaba sucediendo o, lo peor, había sucedido ya. En solo unos segundos la imaginé en el lecho del dolor, hinchada, ahogándose, intentando respirar, todo fruto de una fatal reacción alérgica a la picadura de los insectos, así que no lo pensé y abrí la puerta con decisión, dispuesta a acabar con el causante de tanto desasosiego.

Y allí estaba ella, con los pantalones y el tanga a la altura de las pantorrillas, sentada en el "trono", mientras utilizaba el cepillo de dientes eléctrico de última generación, que, limpiar limpiará los dientes estupendamente, pero en la cuestión del ruido que produce, el fabricante aún no lo tienen muy conseguido.