lunes, 23 de abril de 2012

Trágame Tierra

En toda España es habitual el uso de motes, apelativos y diminutivos, pero es de absoluta necesidad saber a cual de las categorias se refiere el que se use con personas no muy de nuestro entorno

En uno de mis primeros trabajos tuve que ponerme en contacto con Queca Lozano, la jefa del departamento de desarrollo de una importante empresa. Lo normal era hablar de "la Queca" cada vez que alguna cosa se debía despachar.
"Eso lo lleva la Queca, le has mandado el mail a la Queca, ha llamado la Queca..."

 hasta que llegó mi momentazo. En mi primera llamada personal pregunté por Carmen Lozano y después de que ella me apeara el trato, empecé a llamarla Queca sin pudor. 

"Pues mira Queca, es que necesitamos esto...y como comprederás, Queca, eso no nos corresponde por....ahora bien, Queca, siempre podemos llegar a un acuerdo....claro que sí, Queca, claro que sí..."

Y así seguí dándole una ración de Queca que se iba traduciendo en una sequedad evidente en cada respuesta. Al levantar la mirada vi a mis compañeras de despacho mudando de color y con los ojos como plazas de toros. Tras la énesima vez que le largué el Queca, la mujer no pudo más y me preguntó si era nueva, a lo que contesté con un sí lleno de temor. Era evidente que algo no funcionaba. Después de una gélida despedida colgué el teléfono y me dirigí a mis compañeras, que se encargaron, primero, de explicarme que Queca no era el apodo cariñoso de Carmen, ni su diminutivo. Todo el mundo menos yo, hasta la propia interesada, sabía que Queca venía de Qué Capulla, por lo agrio de su trato y lo absurdo de su comportamiento laboral. Lo segundo fue el despiporre generalizado seguido de la difusión de la noticia a todo bicho viviente que conociera al personaje.